Normalmente me encanta iniciar temas de conversación en torno a la música, y puedo decir con toda certeza de que un género musical que me encanta es la música clásica.
Una de las historias más icónicas dentro de este universo musical es la del violinista Niccoló Paganini, conocido por su famoso apodo como El violinista del diablo. Este personaje nació en Génova, Italia el 27 de octubre de 1782, el mito de Paganini se comenzó a fraguar cuando tenía 5 años. Su madre aseguró haber tenido un sueño en el que se le apareció el demonio y le dijo que su hijo Niccoló sería un violinista famoso. A partir de entonces su padre le obligó a estudiar música durante 10 horas al día.
Rápidamente comenzó a dar muestras de su enorme talento musical y con 6 años dio su primer concierto, a los 9 hizo su primera gira y a los 16 ya era mundialmente famoso. Comenzó a dar conciertos por toda Europa y su fama se elevó hasta límites inimaginables para la época.
Pero lo más sorprendente de Paganini era, sin duda, su genio musical. Y no sólo por crear más de 200 composiciones musicales sino, sobre todo, por su increíble y peculiar técnica a la hora de tocar el violín.
Su cuerpo alto y desgarbado poseía un flexibilidad especial que le permitía realizar movimientos imposibles para cualquier otro, como cruzar los codos uno por encima de otro mientras tocaba o flexionar lateralmente las articulaciones de sus dedos consiguiendo llegar a notas inalcanzables para la mayoría de los mortales.
Una de sus habilidades más aplaudidas era cuando retiraba tres de las cuatro cuerdas del violín y con esa única cuerda hacía sonar el violín como si fueran varios los que se tocaran. También era capaz de hacer increíbles Pizzicatos (pellizcar las cuerdas) con la mano izquierda, la mano de los trastes. Para que se hagan una idea, aquí tienen un vídeo con algunas de sus técnicas.
Con todo ese talento extraordinario, el virtuoso violinista se convirtió en leyenda. Asociada a la increíble velocidad que alcanzaba cuando tocaba, estaba su apariencia cadavérica, que causaba cierto terror en las personas que tenían miedo de asistir a sus presentaciones. Niccoló medía 1.65 metros de alto, era muy delgado, tanto que su cuerpo y extremidades asemejaban a líneas largas y sinuosas, de cara muy pálida y rasgos marcados, ojos de águila (oscuros y penetrantes), nariz puntiaguda, cabellera larga ondulada que caía sobre sus delgados hombros. No era de extrañar, el hombre vivió toda su vida luchando contra una enfermedad severa que le exigía una dieta rigurosa y muchas horas de sueño. En la época, sin embargo, muchos creían que Paganini había vendido su alma al diablo a cambio de su perfección musical.
En 1840 Paganini cayó muy enfermo, y algunos días antes de su muerte el obispo de Niza acudió a visitarlo, pero Paganini se rehusó a verlo, insistiendo en que no estaba agonizante, que aún le quedaba mucho tiempo más de vida. Pero murió, y no hubo tiempo para que recibiera los sacramentos finales. Debido a esto, la iglesia se rehusó a concederle un entierro en un campo santo. Solo después de cinco años de la muerte de Paganini, su hijo, apelando directamente al Papa, obtuvo un permiso para enterrar el cuerpo del gran violinista en la iglesia del pueblo en las proximidades de Vila Gaiona en Italia.
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